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jueves, 4 de septiembre de 2014

Prefacio

Luna no dejaba de llorar. Se encontraba en la espalda de su madre envuelta en una mantilla, inmóvil y frágil.  Su mamá, Ivana, intentaba salvarla, su figura baja y esbelta le permitía moverse con agilidad y destreza. Gracias a su piel morena clara y pelo obscuro se podía esconder en la obscuridad de la noche, haciéndoles difícil a sus atacantes, encontrarla. Movía de lado a lado su brillante espada, prendida en un luminoso fuego blanco, bloqueando los golpes de los guardias. Luego de observar, analizar y conocer a sus atacantes, marcó una tendencia. Aprovechó un espacio abierto y atacó a uno de los guardias.  Lanzó un golpe fuerte y directo que le atravesó el pecho. El atacante gritó en agonía. Ivana retiró su espada ensangrentada y el cuerpo de su enemigo se desplomó al suelo. La sangre de su espada se e-vaporó inmediatamente, por el fuego y calor que esta emitía.
Rápidamente bloqueó los ataques del segundo. Combatían fuertemente. Ivana comenzó a sentir el cansancio en su espalda, donde se encontraba su hermosa Luna. Entre su cansancio inhaló fuertemente y silbó una corta melodía, casi inaudible al oído humano. En ese momento un búho ululó. El ave voló en medio de ambos, lo que logro despistar al guardia. Ivana aprovechó la distracción creada y atacó.  Golpeó su espada fuertemente contra la del guardia y la tumbó al suelo. Luego cortó el cuello de su atacante que empuñó, en el último momento, una daga, que golpeó el abdomen de Ivana. El guardia se desplomó en el pasto pintándolo de rojo. Ivana cayó de rodillas al suelo, sacó la daga de su abdomen, tratando de contener el dolor y la sangre.  Cortó un largo pedazo de tela de la manta que sostenía a la pequeña y lo colocó sobre la herida dándole vueltas sobre su vientre.  Amarró las puntas asegurándose de apretar la herida y el nudo.  Respiraba profundamente. 
Debían salir de allí, tenía que alertar a su esposo.  Se calmó tratando de escuchar donde se encontraba el resto del pelotón.  Su cónyuge se había quedado atrás atacando una unidad de soldados.  A lo lejos escuchó los choques de las espadas.  Silbó la melodía de retirada y esperó la respuesta.  Nunca llegó.  Lo único que llego fue un grito agonizante, luego el silencio. Ivana sintió terror, dolor y furia.  Tenía que suponer la terrible noticia que su esposo había muerto.
No había tiempo para lamentarse.  Debía salvar a su hija.  Limpió su espada, revisó su vendaje y corrió.  Después de unas horas, el dolor y la desesperación la vencieron.  Se encontraba en un bosque obscuro y desconocido.  Cayó al suelo y lloró.  Su esposo había muerto y ella se encontraba lesionada, sin provisiones, ni refugio.  Pronto moriría y Luna quedaría desprotegida en medio de la nada.  Luna comenzó a llorar in-tensamente.  Su madre la tomó de su espalda y la calmó.  Con su alto nivel auditivo determinó que habían perdido a los guardias.  Aún débil, logró encontrar un pequeño refugio bajo un enorme Olmo.  Se sentó y colocó a la niña en un agujero en medio de dos raíces.  Tenía que alimentarla y pedir ayuda.  Sacó su bolsa de agua, remojó un trapo y dejo caer unas gotas en la boca de la pequeña.  Mientras la alimentaba, analizó sus opciones.  Solo podía pensar en silbar una melodía pidiendo ayuda a su pueblo natal.  Esta opción podría ponerla en riesgo porque alertaría a los guardias; además hacer tal cosa estaba prohibido por la reina.  Al final no importaba, sabía que moriría muy pronto y debía salvar a su hija, sin importar el costo, de un terrible destino.  Respiró profundamente y recordó su entrenamiento.  Aclaró su mente de pensamientos.  Encontró las fuerzas y la determinación que necesitaba.  Accedió a su poder de Ornit y silbó la melodía melancólica de las aves del área, para pasar su llamado inadvertido.  Mientras silbaba fue dándole forma a los silbidos y al tono.  Le agregó desesperación y alerta.  Ella silbó repetidas veces.  Luna al escuchar la melodía, encontró paz y descansó.  Las aves de la región se unieron al cantó, llevándolo al viento.  Ivana seguía lanzando sus notas.  Su objetivo era enviar por ayuda a su tribu en Metztlis.  Ella había huido de allí hace mucho tiempo y no estaba segura de que la recibirían de vuelta. 
Momentos después, su voz se hizo cada vez más lenta y silenciosa, como cuando susurra el viento antes de la tormenta.  Su corazón palpitaba lentamente.  Removió un paquete de su bolso y luego su espada, los colocó en la manta de Luna.  Luego la abrigó con su capa y le dio un beso en la mejilla.  Se recostó a su lado y la abrazó fuertemente.  Poco a poco su respiración disminuyó, luego vino el silencio y la muerte la reclamó. 
Horas después Luna despertó llorando.  Tenía hambre.  Su madre se encontraba a su lado, inmóvil.  Continuaba llorando cuando a lo lejos escuchó la melodía que reflejaba la misma que su madre había entonado horas antes.  Ésta tenía otro sentimiento, tenia esperanza. Escuchaba el canto acercarse.  Con sus grandes ojos observaba los cielos para determinar de dónde venía el sonido, pero su visión, tan limitada por su temprana edad, solo revelaba la poca luz que las estrellas irradiaban.  Luego de un tiempo de observar, Luna encontró una sombra en los cielos. 
La sombra era larga, delgada y serpentina.  Fluía una luz a su alrededor más brillante que la que ella percibía.  Notó, como el extremo de la sombra brillaba intensamente al mismo tiempo que el sonido melódico resonaba. Por la mitad de la extensa sombra se extendían dos brazos gigantes, en forma de triángulos, que aumentaban y disminuían su tamaño paulatinamente.  Cada vez que estos se comprimían se escuchaba un golpe fuerte que le agregaba un ritmo de poder al canto.  Luna se llenó de terror, cada vez se encontraba más cerca.  Unos instantes después sintió que su cuerpo se elevaba, algo la sujetaba fuertemente.  Sintió el viento en su alrededor y la música llena de poder que provenía de la sombra, entró en su mente y el terror que sentía, fue reemplazado por paz.  Se sació su hambre y luego durmió.  Ella no lo sabía, pero estaba en presencia de un poder tan grande y antiguo, que cambiaría su destino para siempre.


Dieciocho vuelos solares después…

Solis

Solis se encontraba en la cima del Monte Esperanzar.  La montaña más alta de su reino, Nidartis.  El Monte fue el hogar del guardián de los cielos.  Un ave con plumas rojas y amarillas.  El primer descendiente del Diosluz.  Esperanzar recibió su nombre porque en la víspera del primer vuelo terrestre de la época Aviar, en el amanecer, el Sol se postraba en la cima de la montaña, la cual es plana. Marcando así el inicio de la plenitud del continente. En esta época se derrite la nieve, se renuevan los pastos y la vegetación crece.  Las aves regresan a Nidartis y sus cantos llenan de esperanza y gozo a todo aquel que se detiene a escucharlas.
Solis no sabía cómo había llegado allí pero desde ese punto podía observar todo su continente.  El sol apenas pintaba las alturas, mientras Solis pensaba que hacia allí arriba.  Sintió un fuerte viento y su cabello rojo se revoloteó sobre su cabeza.  Escuchó un ruido pulsante y observó el cielo.  Enfrente de ella hacia el este, se encontraba una gran ave.  No podía determinar su color ni sus detalles, se encontraba frente al sol que apenas subía sobre el horizonte. Mientras observaba se llenó de terror.  Lista para un ataque desfundó su espada y limpió su mente de pensamientos.  En ese momento un relámpago salió del ave y cayó sobre la montaña, iluminando su rango visión hasta dejarla casi ciega.  La luz escondía algo, alguien.
La Reina despertó agitada.  Volvió a tener esa misma pesadilla, la cual, llevaba años sin tener.  Trató de mantener la imagen que tenía en su mente, tenía que ver qué había detrás del relámpago.  Pum... un sonido la alarmó y salió de su reverencia.  Enfurecida, se levantó de la cama.  Caminó hacia el balcón y atrancó la ventana fuertemente.  Había mucho viento. 
—Se avecina una tormenta —pensó. 
Empezó a caminar rápidamente hacia el otro lado de su habitación.  Tenía que saber que significaba el sueño.  Tenía que saber quién era el ave y a quien escondía.  No podía entender, solo existía un ave gigante y ella la tenia presa y sin poderes.  No podía ser un Ornit.  Esa orden estaba casi extinta.  Los últimos se encontraban en su calabozo y bajo su control. 
Tardó en cruzar la enorme habitación.  En medio se encontraba su gran cama.  Encima de la cama colgaba un candelabro de oro, con miles de velas.  Ninguno de sus sirvientes sabía como podía encender tantas velas.  En la cabecera de la cama había un escudo rojo con la imagen de una enorme ave prendida en llamas, con sus alas desplegadas.  Enfrente de la cama se encontraba un tocador de caoba.  Sus patas parecían ser el mismo tronco del árbol, pero brillantes.  Arriba se encontraba un espejo.  En el marco había miles de pequeñas hojas talladas de oro.  Del lado derecho de la enorme cama, hacia el éste, había una ventana con un arco.  Afuera un balcón de media luna con dos grandes estatuas en las esquinas, eran águilas.  Desde el balcón se podía observar todo el horizonte.  En los días despejados se podía divisar la línea de montañas que circulaba el continente. 
En el lado opuesto del balcón, en la dirección que caminaba la Reina, había una enorme pintura.  La pintura contenía la imagen de un Rey en la hora final de una gran batalla.  Muerto en sus pies un hombre.  En su cuello colgaba una insignia de una serpiente emplumada.  En su mano derecha sostenía una espada prendida en llamas blancas.  Detrás del Rey en el horizonte todo ardía.  Sobre el monarca se encontraba una gran ave de increíble poder.  En sus ojos azules se podía observar una grandeza indescriptible, un poder antiguo.  El ave se mostraba triunfante con su enorme pico abierto, como gritando.  Sus enormes plumas rojas ardían intensamente.  Las plumas amarillas de su pecho reflejaban la luz del sol con intensidad y sus dos grandes alas desplegadas la sostenían sobre el Rey. 
La Reina estaba llegando al costado de la pintura que parecía ya no impresionarla.  Silbó una pequeña melodía y una puerta escondida se abrió instantáneamente.  Detrás de la puerta se encontraba un pasadizo obscuro y unas gradas de piedra que subían en espiral.  La reina tomó una antorcha que se encontraba recostada en la pared, sobre la primera grada.  La sostuvo, silbó otra melodía y el cirio se incendió.  Una vez se estabilizó el fuego, la reina empezó su asenso por las escaleras, la puerta se cerró detrás de ella.  Era un pasadizo estrecho que subía formado por miles de escalones.  La subida era agotadora y desagradable.  La Reina cada vez la recorría menos, solo en emergencias como ésta. 
Una vez arriba de la escalera, silbó otra melodía y el fuego de la antorcha se extinguió.  Se abrió una puerta y ella entró a la habitación anexa.  Parecía una prisión gigante.  Enfrente de la puerta a la mitad de la habitación se encontraba una gran abertura redonda, que dejaba pasar la luz de la luna.  Justo al lado izquierdo de la abertura se encontraba una línea de barrotes de piedra, fundidos en la misma estructura.  La azotea era triangular, le daba a la habitación un aspecto de comedero de aves gigante.  La reina caminó unos pasos y se posicionó enfrente de los barrotes. Adentro de esta gran jaula de piedra se podía divisar un bulto en el fondo, una sombra en el olvido.
— ¡Despierta!
La sombra se movió y susurró.
 — ¿Tienes que gritar? Tú sabes que puedo sentir tu mente desde aquí arriba, no hay motivo para enojarse.
— ¿Me indicaste que ya no tenias poderes? ¿Me mentiste?
Una voz firme y comandante aunque sin fuerza respondió.
—Te indique que ya no tenía los mismos poderes.  Puedo sentir tu mente, ya no puedo entrar en ella.  Tú sabes muy bien que desde que me encerraste aquí y removiste mi fuego, ya no soy el mismo.
—Aún así ya no deberías de tener poderes, debí matarte hace mucho tiempo.
—Si deseas matarme hazlo de una vez y me liberas de este infierno.
—Te encantaría que te matara, pero aun me eres útil y por eso seguirás con vida.  ¡Respóndeme una pregunta!  ¿Recuerdas aquella recurrente pesadilla que tenía todo el tiempo?  ¿Esa visión incoherente que me atacaba todas las noches? 
—Como olvidarla, siempre amenazaste con matarme si no te daba una explicación.
—Debí hacerlo, la explicación nunca fue clara. La pesadilla vino a mí de nuevo y más lúcida que nunca.  Pensé que ya no la tendría, desde que exterminé a todos los Ornit y el resto está bajo mi mando. Por eso estoy aquí.  Dime; Tu, que eres el tiempo, el sol, la sabiduría, el guardián de los cielos y de los sueños.  ¿Qué significa esta pesadilla, quien es el ave y porque viene a acecharme ahora, después de tanto tiempo?
—Yo, fui todo eso que tú dices —Habló silenciosamente—. Ahora solo soy un ave domestica, un loro que repite lo que su ama desea escuchar.  Los sueños ya no me importan, la muerte es mi único anhelo.
La sombra caminó lentamente hacia los barrotes, al otro lado de donde se encontraba la reina, buscando la poca luz que se filtraba por el agujero gigante.  Se postró en ella y en ese momento se revelaron sus detalles.  Apareció un ave de enorme tamaño.  Su plumaje rojo empolvado, su pecho amarillo, sin brillo.  El ave era la de la pintura, pero sin esa furia, sin ese fuego intenso en su mirada, sin brillo ni grandezas.  Ahora, sus ojos tristes y agotados revelaban una vida sin sentido.  Un corazón vacío y preso. 
—Si no puedes responderme debería de matarte ahora mismo.  Pero no lo hare, ya que eso es lo que deseas.  Tendrás que seguir viviendo en tu desgracia.  Tu castigo será pasar la eternidad encerrado en esta prisión de piedra que no puedes quemar ni destruir.
La Reina se dio la vuelta para irse.  Volteó a ver al ave con desdén y desprecio. 
— ¡Pobre loro enjaulado!  
Caminó hacia la puerta.  La gran ave se levantó, extendió sus alas como el ave de la pintura, pero sin ese fuego intenso.  Habló, su tono comandante y serio. 
—El sueño significa que tus guardias mintieron. Un Ornit de increíble poder, sobrevivió.  Será entrenado, saldrá de esa luz blanca, con su espada de poder y vendrá por ti.  El sueño regresa ahora, porque sucederá pronto.
— ¡Eso es imposible!  ¡Todos los Ornit murieron y no hay nadie que los entrene, no hay nadie que les dé las plumas de poder!  Las plumas de las espadas no sirven si no son entregadas directamente de Semidiós a Ornit.  Nadie sabe que tú vives y no dejaré que escapes, además tus plumas son inservibles. Escucha la profecía del viento:

De su ceniza renace
Fuego es su poder
Una sola existe
Otra no puede haber

— ¡La profecía se refiere a ti!  ¡Tú renaces de tu ceniza y no hay otra como tú! Por eso sigues con vida, porque si mueres de forma no natural, yo perderé mis poderes y tu no renacerás.   El Diosluz enviará a otro Fénix para reemplazarte y vendrá por mí.  Me matará.
La Reina se mantuvo, su espalda hacia Fraenk.  Exhalaba fuertemente.  Estaba encolerizada.  Luego de un momento sus respiros se relajaron.  Pasó un momento así.  Parecía calmarse.  Caminó decididamente y desapareció por el corredizo. 
Fraenk postró sus alas en su costado, luego volteó la mirada hacia la abertura.  Se quedo allí, estático y pensativo, por lo que parecía una eternidad, viendo hacia el Oeste.  Casi se podía ver una sonrisa en su enorme pico.  La sombra de una alegría, atravesaba su mirada. Había triunfado, supo manejar a la reina y así no revelar el secreto de su hermana.  Silenciosamente comenzó a cantar el poema que la reina dejó incompleto, ella solo sabia la mitad.

—Su hermana imperdurable
Trueno es su poder
Una sola existe
En la tormenta debe aparecer.

Fraenk repitió los versos una y otra vez.  Se quedo allí hasta el amanecer. Observó la salida del sol con emoción, como éste coloreaba con su luz el horizonte.  Primero anaranjado y luego amarillo.  Un amanecer lleno de esperanza, pensó. 
—Espero que el viento te lleve mi canto, hermana.
      
La reina llegó a su habitación, agitada por el enojo y el largo descenso.  Aun así, caminaba en círculos alrededor de su cama.  Mientras paseaba, su mente se empezó a aclarar.  No podía creer como uno se le había escapado.  Las aves no habían mentido, no podían mentir.  Los Ornit de antaño creían que cuando un ave mentía, perdía su canto y caía del cielo sin poder elevar sus alas nunca más.  No sabía qué hacer, pero sabía que vendrían por ella, era cuestión de tiempo. No podía permitir que nadie la retara.  Nadie podía crear esperanza.  Mientras pensaba y paseaba en el cuarto notó a lo lejos un grupo de buitres alineados y sonrió.  Ya sabía qué hacer. 
Se quitó su camisón blanco y entró rápidamente al baño.  La tina estaba llena, su servidumbre la llenaba todas las noches.  Sumergió su mano en el agua y ésta se incendió calentándola.  Era necesario un largo baño caliente para tranquilizarse.  Una vez metida en la tina, la reina perfeccionaba, en su mente, la idea de enviar a sus sirvientes preferidos.  Los buitres tenían la mejor visión, podían acechar a una presa desde largas distancias sin ser vistos ni escuchados.  Desde que ella tomó el poder, sus números se habían triplicado.  Tendría resultados rápidos al enviarlos a buscar a su enemigo a todas las esquinas del continente y más allá del mismo.  Sabía que existía otra tierra al otro lado del mundo, una isla inhabitada, Metztlis.  Ésta fue destruida por una tormenta cuando ella tomó el poder.  Existían mitos sobre ésta Isla, pero nadie podía llegar a ella.  Nadie podía escapar de su reino.  Nidartis, la azotea del mundo era un vasto terreno rodeado por montañas.  Con picos más altos en todas sus esquinas, donde se mantenía una vigilancia constante.  ¿Podría éste que la retaría, estar allí?  Había otro lugar donde pudiera estar, las montañas del norte.  Tenía que encontrarlo pronto. 
La reina se quedo metida en la tina meditando, hasta que amaneció.  Después de ese largo y relajante baño, la reina secó su cuerpo hermoso. Su tez blanca y pura no marcaba cicatriz alguna.  Su fuego interno renovaba su piel.  Tenía el aspecto de una bella adolescente con cabello largo y rojo.  Sus ojos negros como la noche revelaban la nada de su interior.  Sus piernas, caderas y torso llevaban una línea continua y curva que mostraban una armonía nunca antes vista.  Sus pechos firmes y de considerable tamaño, cautivaban la mirada de cualquier hombre que los observaba. Era una mujer muy bella.  Además de sus ojos impactantes poseía facciones muy finas.  Pestañas rojas, largas y curvas rodeaban sus ojos.  Su nariz era pequeña y respingada en la punta. La barbilla y mandíbula estaban levemente definidas. En sus mejillas tenía dos camanances, el de la mejilla derecha más grande que el de la izquierda. 
La reina se vistió rápidamente, con un vestido rojo, como el color de su cabello.  El vestido llegaba hasta sus pies y tenía un aspecto de campana, con una cola en la parte de atrás.  En la parte superior del cuerpo le tallaba perfectamente, acentuando sus curvas.  La tela subía hasta la mitad de sus pechos revelando una pequeña parte de ellos.  En las orillas subía hasta sus hombros y de ellos colgaban mangas cortas.  Colocó sus botas negras y se amarro el cabello con una cinta, dándole aspecto de cola.  Luego colgó un cinturón en su cintura.  De él, colgaba una espada de fuego, de lado izquierdo y del otro lado, una pequeña daga.  Salió de su cuarto y corrió hacia las gradas, era un largo camino.  Una vez llegó al pasillo principal del castillo se encontró a su ama de llaves.  Una joven rubia, esbelta y de buen parecer. 
— ¡Camila!  Ve a los calabozos.  Reúne a todos los Ornit, dales comida y algo de beber.  Colócalos en el patio central, debajo del pico acústico. ¡Ahora mismo!
Camila observaba a su reina, con sus ojos azules pequeños y llenos de dulzura. 
—Como usted ordene, su majestad. ¿Le preparo su desayuno? 
Camila bajó su cabeza en reverencia, sonriendo, sus pómulos se tornaron mas rojizos de lo que ya eran.  Sus labios naturalmente rosados y pequeños se expandieron revelando sus blancos dientes.
—No, eso es todo. ¡Vete!
Camila desapareció instantáneamente.  Sabía que no debía cuestionar a su reina o sufriría las consecuencias.
La reina bajó las gradas y caminó hasta la entrada del palacio.  Se dirigió a su despacho, el cual, se encontraba en el ala norte del castillo.  Era un cuarto enorme lleno de pergaminos, apilados en repisas y divididos en secciones.  La mayoría era sobre aves.  Había una sección de Cantos y Silbidos; Los Silbidos del Colibrí, El Canto del Pelicano, El Aullido del Águila Pescadora, El Cruel Gemido del Buitre, entre otros.  Había una gran sección llamada, el Fénix.  Otras secciones incluían: regiones donde viven diferentes tipos de aves, las características y habilidades de cada ave.  Había una sección de mapas del continente, el mapa de Nidartis, las ciudades de Nidartis, Fendar y las montañas del norte.  Los Ornit, la Orden del Fénix y la Creación de Nidartis, El Diosluz y sus primeros descendientes, entre otras.  En medio de la gran biblioteca de pergaminos, se encontraba un enorme escritorio de madera de cedro.  En medio del escritorio se encontraba tallada y bañada en oro, la imagen del sol con la silueta de un ave en medio de él.  La cresta de los Ornit de Nidartis llamada, la Orden del Fénix.  Estos humanos con elevados sentidos y una mente altamente ágil, se diferenciaban por portar la disimulada marca de su ascendencia.  Ellos dedicaban su vida al Sol, a las aves, pero más importante al Guardián de plumas rojas.  El representante del Sol en el planeta Oronis.  Un Semidiós, que se creía que era el primer y único descendiente del Diosluz.  Los Ornit fueron la más poderosa orden del mundo y ahora era controlada por una sola persona, una antigua miembro de la orden, la reina.  Años antes que la reina tomara posesión del trono, los Ornit eran una orden libre.  Cualquier humano que tuviera la marca de los Ornit tenía la habilidad y la magia para cumplir dentro de la orden. 
La Reina estaba firmando algunos documentos cuando entró, el General de la armada de Fuego, el ejército más grande del continente, el General Furrio Madero. Se posicionó al lado del escritorio.  Su postura firme y su cuerpo esculpido a través de años de servidumbre, batallas y armamento, le daban una apariencia de gigante.  Era leal pero ambicioso de poder.  El súbdito más mortal de la reina. 
—Buenos días, su Alteza —habló el general con voz seria.
 Sus labios grandes y cuello grueso le formaban una voz profunda y fuerte.  Con estos rasgos y su postura demostraba sumisión y grandeza, al mismo tiempo, algo que solo una vida como soldado podía habérselo enseñado.  Sus ojos color miel y profundos observaban la pared sin pestañar.  Sus cejas delgadas en las puntas y gruesas en medio, le otorgaban un aspecto de seriedad.  Sus pómulos resaltados, sus rectas líneas de la mandíbula y su barbilla levemente resaltada, acentuaban ese aspecto de valentía y frialdad.
— ¡Descanse General!  Acabo de obtener cierta información que quiero corroborar con su persona.  No todos los Ornit se encuentran muertos, General.  Usted mismo me indico que todos habían sido aniquilados. ¿No es así?  —pregunto la reina y no dejó que Furrio respondiera—.  Alguien escapó.  ¿Puede explicarme como sucedió esto?
El General comenzó a sudar frio.  Paso su mano sobre su cabello obscuro y ondulado.  No tenia explicación lógica de cómo pudo haber sucedido esto.  Las ubicaciones de cada Ornit rebelde fueron dadas por el ejercito prisionero de Ornit de la Reina.  Información recabada por los buitres y confirmada por la reina misma.
— ¡No tengo explicación racional, su Alteza!  Desconozco que pudo haber sucedido, las ubicaciones fueron dadas por sus sirvientes y seguimos cada una con exactitud.  Hubo reportes de varios Ornit que evadieron a los guardias, pero después de un tiempo fueron encontrados y traídos a los calabozos o murieron mientras intentaban escapar. 
El General parecía estar nervioso, incluso sintió miedo y duda, pero inmediatamente lo remplazó por seguridad y certeza.  Sus hazañas en el campo de batalla eran heroicas e imprescindibles y siempre buscó la seguridad de su reina.  El general se tranquilizó, sabía que tenía que mantenerse obediente pero seguro de sus pasos.
La reina accedió a sus poderes y leyó la energía del general.  No podría leer su mente fácilmente, era una mente fuerte e impenetrable, pero algunos sentimientos se le escapaban.  Noto la inseguridad mostrada por el General y luego la certeza.   
— ¿El gran ave le dio esta información?
— ¡No te refieras a ella como el gran ave!  ¡Ya no lo es! Perdió sus poderes y ahora solo es un loro enjaulado. ¿Entendido General? —Dijo la Reina. 
Desdén y autoridad en su tono de voz.
—Entendido, su Alteza.
—Contestando a tu pregunta anterior, No.  El loro enjaulado confirmo una visión del futuro que vino a mí, hoy en la madrugada.  Estoy reuniendo a los Ornit bajo mi mando en el pico acústico.  Llamaremos a los buitres para que busquen al Ornit.  Su extensa visión y grandes números nos ayudaran a encontrarlo rápidamente.  Informe a sus hombres, quiero a un equipo de mediadores en cada localidad listos para recibir órdenes. ¿Entendido!?
— ¡Si, su alteza! Ahora mismo doy la orden. ¿Algo mas su Alteza?
—Solamente General, tiene permiso para irse.  Y General.  Manejemos un alto nivel de discreción, no quiero que este Ornit vuelva a escapar.
El general salió de la habitación apresuradamente.  La reina se reclinó en su silla, pensativa.  Había algo que no podía leer del general, confiaba plenamente en él, pero siempre había algo más que ella no podía identificar.  Un sentimiento confuso que salía a relucir siempre que lo veía.  ¡Pum! ¡Pum!  Sonó la puerta. 
—Disculpe su Alteza —Dijo Camila—. Ya están los Ornit listos en el patio central. ¿Cuál es la instrucción a seguir?
La reina seguía en su reverencia, tratando de determinar que era ese sentimiento.  Era inútil, luego de un momento reaccionó.
—Ninguna, yo misma daré la instrucción y los acompañare en el ritual. Llévame un colibrí y déjalo en su jaula en medio del pico acústico.  ¡Puedes irte!
Camila se retiró.  La reina se levantó y caminó en dirección al patio central.  Era un largo camino de roca lisa y blanca, que la Reina recorría muy poco.  Estatuas de diferentes tipos de aves adornaban las paredes.  En cada tres metros se podían divisar banderolas rojas con la cresta del sol en dorado.  En el suelo de mármol blanco se encontraba una extensa alfombra roja.  Al fondo una gran puerta de cedro abría, revelando la luz del sol.
La reina atravesó la puerta y se detuvo unos momentos en lo que sus ojos se acostumbraban a la luminosidad.  Una vez su visión se niveló, atravesó el florido patio.  En el centro, enfrente de un jardín circular con una estatua gigante del Fénix, se encontraba Camila.  Los Ornit alineados a su espalda.  La reina los posicionó a dentro del pico acústico, en forma de media luna.  El pico acústico era una réplica, en grande, del maxilar superior del pico del Fénix.  Era utilizado por el rey, en los viejos tiempos, para pedir por ayuda a Fraenk, cuando este se encontraba lejos.  Su sonido resonaba en todo el continente.  La reina le daba un uso cruel, pero efectivo al momento de llamar a sus sirvientes, los buitres.  Se posicionó en medio del pico, observando a los Ornit directamente a los ojos y dio la orden. 
—Deben de silbar el canto del colibrí, el tono debe ser de desesperación, como si estuviera lesionado y sin poder volar.  Esto lo repetiremos hasta que yo diga.  Luego daré la señal y realizaremos el cruel gemido del buitre, nuevamente hasta que yo ordene.  ¿Entendido!?
—Si su alteza —Respondieron los Ornit en unísono.
La reina sacó al colibrí de su jaula con ambas manos.  Luego lo sostuvo con una mano y con la otra desfundó su daga.  Le soltó ambas alas y las cortó rápidamente con su daga.  El colibrí silbaba en agonía.  Lo lanzó al suelo y dio la orden a los Ornit para que cantaran.  Los Ornit intercambiaban miradas entre ellos, expresaban dolor.  La reina grito la orden de nuevo y los volteó a ver con una mirada amenazadora.  En ese mismo momento los Ornit comenzaron a silbar, su canto resonaba de la concha acústica como uno solo.  El silbido subió al viento y fue llevado en conjunto con el olor a sangre, hacia el oeste.  Un tiempo después resonó un aullido.  La reina dio la siguiente orden y comenzó a aullar, los Ornit se le unieron inmediatamente, le agregaron un tono de urgencia.  Momentos después la reina dio una orden de silencio.  Llamo a los guardias.
— ¡Lleven a esta basura a los calabozos! —Dijo la reina, refiriéndose a los Ornit. 
Los guardias siguieron la Orden y se los llevaron.  La reina se sentó enfrente del colibrí que seguía silbando en agonía, un poco más lento y silencioso.  En ese momento comenzó a escuchar a los buitres gemir.  Volvió su mirada a los cielos y observó un torbellino de buitres, listos para acechar al colibrí.  La reina realizó una serie de sonidos y un buitre, el líder, se separó del torbellino.  Luego entró en él, atravesándolo rápidamente.  Cayó, con gracia y fuerza sobre el colibrí, terminándolo de matar.  Era gigante, media casi cuatro metros de largo y sus alas eran enormes.  Era casi del tamaño de la gran ave de poder.  Melquiades El Obscuro, lo llamaba la reina en referencia a su plumaje y conciencia negra.  Melquiades agacho su cabeza en reverencia a la reina, luego comió.  La reina realizó otra serie de cacofonías, el buitre asintió y luego partió.  Llevaba los restos del colibrí en su pico.  Una vez en el cielo voló en dirección a una secuoya gigante, el resto de la colonia siguiéndolo.  No habló como usualmente lo hacía con su reina, ya que había más personas alrededor y a él no le gustaba cuando otros lo observaban hablar con ella.  Se reunió con ellos allí.  Repartió los restos del colibrí entre sus comandantes.  Informó las instrucciones de la reina al resto del grupo y pidió que las trasladaran al resto de colonias que vendrían en dirección al llamado de la reina.  Los buitres tomaron vuelo, la mayoría hacia el este, el resto en dirección a los otros tres puntos cardinales donde se reunirían con otras colonias.
La reina sonreía mientras observaba a los buitres volar rápidamente, siguiendo sus órdenes.  El general salió del palacio y se posicionó enfrente de su reina. 
—Las ordenes fueron dadas su majestad.  Utilice al Ornit Robín para que enviara a las lechuzas a las estaciones de cada pueblo. 
—Muy bien hecho general.  Envíe a Robín con un escolta, que limpie esta sangre y plumas de mi patio.  Deberá esperar aquí las noticias de los buitres.  En cuanto sepa algo que me lo haga saber de inmediato.
—Si su alteza, será hecho como usted diga.  ¿De dónde proviene esta sangre y plumas?
—Proviene de un colibrí, debía de dar una pequeña ofrenda al líder.  Cuando regresen los buitres con las noticias les tendré un festín, eso sí, más vale que traigan buenas noticias.
El General se quedo inmóvil, estaba confundido.  — ¿Pensé que las aves siguen el llamado de los Ornit, sin necesidad de ofrendas?
—Así es General pero en este caso quise recompensarlos para que la búsqueda sea más eficiente y rápida.
—Que terrible destino el del colibrí.
— ¡Un destino necesario! Tenga a sus hombres listos. ¡Puede irse, General!
El general llevo su índice y pulgar a su boca, silbo la melodía militar, luego elevó su brazo apuntando un dedo al cielo.  El saludo militar en respeto a su superior.

La reina asintió y regresó a su despacho, debía de atender asuntos del reino.